Mi lengua yace muerta
en fosas a cielo abierto
de un barco negrero
y la peste que diezmó
a ayomanes, jirajaras y gayones
del norte del sur que habito.
No tengo otra lengua materna
distinta al arrullo silencioso
de la vieja abuela
que me exorciza
en un mantra enrevesado
bañado mi cuerpo con el claro de luna
sembrado mi ombligo
en una cumbre congelada
frente al inmenso Caribe.
No tengo lengua materna.
Soy la nieta
de tres mil lenguas fundidas
en un único grito.
No tengo lengua materna.
Me he liberado de tus gramáticas perfectas.
Lilia Ferrer-Morillo