Negros dançando. Pintura de Zacharias Wagener
Del quilombo prostíbulo, barullo y desorden, gresca y andurrial que registra la Academia Española de la Lengua, me remontaré al término insumiso y bantú del África negra, de la madre África, expresada en resistencia en los palenques y cumbes que preñaron la negritud de la América toda.
Kilombo cimarrón divorciado por derecho del lunfardo tirano que prostituye a la negra, con sus caderas y tetas más negras que la noche, de las que mana leche blanca y buena.
Quilombo traído en tumbeiros, ataúdes de negros, cazados y diezmados, en diáspora obligada, en resistencia siempre.
Y la América india se cargó de colores, antonimia de fusiones y ritmos, de percusión y tambores, de otros dioses y oraciones, de otras lenguas y sabores.
Kilombo, palenque y cumbe, como el de la serranía coriana, también como el de Bobures, hito como tantos otros extendidos desde San Lorenzo de los Negros, Palenque de los indios, Malambó y Guinea, Barlovento y La Chapa hasta el Quilombo dos Palmares. Y segura que, al sur, más al sur, donde la negritud aun resiste.
Que la palabra quilombo no sea más lío ni desorden, ni andurrial ni prostíbulo, ni gresca, tampoco barullo. Que sea símbolo de resistencia, pervivencia y lucha, bandera de Igualdad y Justicia, de reparación y de seguir.
Lilia Ferrer Morillo
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