embrujos que desde los sueños
insisten en devolvernos
al estado larvario
que nos impide florecer.
Conjuré
cristales rotos que fractalizan
el espíritu en un millón de caminos dispersos
que conducen
a la nada egocéntrica.
Sellé
de una vez y para siempre
los surcos sangrantes
de pieles transparentadas
por el chicote anudado
que no volverá jamás.
Cerqué
ríos antiguos de aguas salobres
germinados en conductos lagrimales
que no cesaban de llorar.
Liberé
a las abuelas
y a la tatarabuela de mi abuela
viajeras, desde antes, viajeras
para que descansen en mi paz.
Vuelvo a los sueños
y no hay contra
que nos impida ser...
Lilia Ferrer-Morillo
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