No nos sorprende esta noticia. En Argentina llaman a estas expresiones “folclore”. Niegan el racismo. Eufórica, la poblada, celebra el triunfo de la selección nacional y lamenta que uno de sus jugadores estrella, Enzo Fernández, se haya mandado una macana —un error.
De existir el INADI, Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, este organismo estatal hubiese emitido un comunicado deplorando el hecho y realizado algún exhorto para que el futbolista participe de la capacitación correspondiente en temas inherentes al racismo, xenofobia y formas conexas de discriminación.
Pero el INADI no existe. Milei lo destruyó.
En honor a la verdad, he de decir que, aunque eliminó el INADI, como también el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y otros organismos —Milei es el topo que está destruyendo al Estado desde adentro, el presidente no inventó los discursos de odio en Argentina. Los exacerba a su más elevada potencia.
Decir que inventó los discursos de odio sería negar el racismo en Argentina, el cual tiene orígenes históricos que se remontan a la colonización y fundación de la República. Igual ocurrió en los orígenes del resto de las repúblicas americanas. Temerosas sus oligarquías criollas de revoluciones como la de Haití que, entre 1791 y 1804 gestó un proceso libertario inédito llevado a cabo por esclavizados, las nuevas repúblicas optaron por medidas que apostaban por la construcción de una identidad y unidad nacional. De allí la negación y genocidio de pueblos originarios y negros.
Es así como se explica que, en las nuevas repúblicas, la abolición de la esclavitud ocurriera años y hasta décadas después de los procesos de independencia. El ejemplo más extremo fue Brasil que, habiendo alcanzado la independencia en 1822, la abolición de la esclavitud se decretó muy tardíamente en 1888.
No reconocer la carga histórica del racismo conspira en contra de la reparación del mismo. La naturalización, negación y exacerbación del racismo en nada contribuye a solucionar las graves consecuencias y efectos del odio racial.
Los discursos de odio racial deberían ser considerados conducta criminal y, en consecuencia, penados por la ley. No obstante, todos sabemos que no alcanzarían las medidas punitivas sin un marco nacional y federal que reconozca, eduque y sensibilice al conjunto de la sociedad sobre los discursos de odio y sus graves y trágicas consecuencias que, incluso, pueden llegar a derivar en la anulación física del otro.
Los discursos de odio han antecedido genocidios. Primero se instalan los discursos de odio y luego se anula al otro. No es un supuesto. Es una verdad histórica.
La Historia tiene suficientes ejemplos de ello, el genocidio de Ruanda en 1994 es un ejemplo próximo, extremo y doloroso. Ahora mismo, el genocidio de Gaza no nos es ajeno. En este último, observamos cómo una poderosísima maquinaria mediática nacional e internacional se ha colocado del lado de los perpetradores so pena de evitar ser señalados como antisemitas.
Con estupor y horror, ahora mismo estamos observando que, en países como Alemania y Estados Unidos, con legislaciones punitivas del holocausto [judío], en los actuales momentos están criminalizando y persiguiendo las masivas protestas en contra del genocidio y limpieza étnica que Israel comete en Palestina.
Lo anterior demuestra que la humanidad no ha resuelto la vara injusta que mide el odio y sus crueles y horrorosos efectos. No obstante, siempre hemos de abonar en soluciones que nos trasciendan. El racismo y los discursos de odio no sólo afectan a las víctimas directas de los mismos. Lesionan gravemente a la humanidad.
Para cerrar, voy a recordar una afirmación que, en 2020 hiciera Willard Carroll Smith Jr. sobre el crimen de odio racial en contra de George Floyd:
"El racismo no está empeorando, es solo que ahora se está grabando."
Esto mismo ocurrió cuando uno de los compañeros de Enzo Fernández pidió que dejaran de grabar los cantos racistas. No pidió detener el canto, pidió que dejaran de grabar.
*Correo electrónico: lizferrer@gmail.com
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